A un año de su fallecimiento, me interesaba introducirme siquiera someramente en algunos momentos de la lírica de la poeta y traductora del inglés y del francés argentina Mirta Rosenberg (Rosario, 1951-Bs. As., 2019) tomando como punto de referencia su Obra reunida de 1984/2006, que eligió titular El Árbol de las palabras, publicado por editorial bajo la luna. Este libro (que no fue el último, como puede preverse ni fue el más completo en lo relativo a la inclusión de todo su corpus) sí resulta significativo, representativo, al tiempo que es indicador de algunos núcleos sémicos propios de su poética.
Hurguemos en lo que profundamente, hondamente es “el árbol de las palabras”, en tanto que significante que remite a un universo de significados complejos. No es por cierto un ente vegetal, pero sí diría que es surcado por la vigorosa savia de sonidos y sentidos. De las formas que lo contornean. Por el poder de intentar nombrar y descifrar aquello que resulta indiscernible para el orden de lo consciente o de lo superficial. Interesado en aquello que hunde sus raíces en la tierra (con todas las connotaciones que ello supone desde las napas más afectivas a las natales), porque está atento a sus causas primeras y a todo lo que lo arraiga: ancestros, futuro de sus retoños, el modo en el que afecta y lo afecto su entorno social y material. Me refiero a la fidelidad a una superficie de una casa, de una ciudad, de una provincia o región, de un país, de un continente. También “el árbol de las palabras” ramifica sus sentidos de modo arborescente hacia zonas impensables e indispensables de la existencia humana en su dimensión ya no solo física sino metafísica.
No en exceso prolífica en cuanto a su producción, Rosenberg ha alumbrado, entre otros posteriores, cuatro poemarios: Pasajes (1984), Madam (1988), Teoría sentimental (1994) y El arte de perder (1998). El Árbol de las palabras. Obra reunida 1984/2006, que son los que comprende este libro de 2006 sin modificaciones, a los que suma una serie de inéditos, titulada “Conversos”, en la que Rosenberg compila traducciones (siguiendo una tradición de poetas argentinos de Alberto Girri a Carlos Feiling, según declara en un paratexto) del inglés al español de distintos poetas (varones y mujeres) elegidos no al azar, sino porque esos textos han marcado puntos de inflexión en la reflexión acerca de su génesis poética. Dos series finales, inacabadas, constituyen adelantos de libros en los que se encontraba trabajando al publicar esta obra. Esto en lo que hace a la dimensión descriptiva del contenido del libro.
Hay muchos tópicos que lo atraviesan y que, evidentemente, atraviesan también la poética y el pensamiento de Rosenberg (porque una poeta también trafica con ideas no solo con la belleza del lenguaje). Uno de ellos (y uno importante) es el de los vínculos familiares. A los que regresa una y otra vez, desde su maternidad, en la que se reconoce gravitando y a la que reconoce gravitante y, por otro lado, casi adoptando la forma especular, la de su madre. La maternidad de su madre, en verdad. Su padre, de quien ella se entera a los 8 años que guarda un revólver en la guantera de su auto, con el shock emotivo que ello supone. Un hermano y dos hijos en cuya respiración actual ella reconoce el pasado de la concepción, la suya y la de ellos. Los abuelos judíos, marcan el otro énfasis generacional del pueblo al que pertenece por herencia. Lentamente, y deslizándose de en uno por los poemas, Rosenberg hace notar cómo la fortaleza de ese nido indestructible que constituye una familia, comienza a distanciarse, a apartarse y cada uno a ser por separado hasta, por supuesto, el punto máximo de esa experiencia, que es el de la muerte o la independencia de la hijos. Precisamente es la muerte de su madre la que trae al libro un diálogo con ella, un diálogo post mortem, en el cual la hija, en un acto de resucitación, por un lado invoca a una personalidad, pero también la evoca críticamente. Y también lo hacen según el modo como la mirada de esa madre hacía que ella desrealizara un mundo que le parecía demasiado tangible y demasiado crédulo.
Rosenberg acude siempre al verso libre y a la rima interna, lo que produce efectos singulares en quienes la leen porque desde la profundidad del poema regresan al lector que ya había avanzado en la progresión de la lectura, ecos y resonancias, reminiscencias que a su vez traen, repiten o recrean esos sentidos que ya había experimentado en una primera oportunidad.
La sección de traducciones son, como dije, puntos de giro. Constituyen todos ellos replanteos de sus premisas idiolectales conformando las reglas de un secreto que solo en ella encuentran su clave. En cualquier caso Rosenberg pareciera poner en un pie de igualdad (o casi) sus propios versos y con los ajenos. Según este panorama daría cuenta de un libro que no es uno más, sino que reivindica para sí el valor de una puesta al día de su poética.
Foto de portada de Wallace Chuck en Pekels
Adrián Ferrero
Nació en La Plata en 1970. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Narrador, poeta e investigación, ha editado una compilación de narrativa argentina y un libro de entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, que obtuvo una Mención de la Secretaría de Cultura de la Nación. Becario de la Universidad Nacional de La Plata, ha publicado trabajos académicos en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile. Cuentos suyos han sido publicados en revistas académicas de EE.UU. en español o en traducción al inglés. Ha sido distinguido con numerosos premios, entre ellos en el Concurso Ana Emilia Lahitte de la SADE Filial La Plata, en el género ensayo.