
Traducir es entender, ponerse en el lugar del otro. Es comprender. Ser misericordioso. Occidente traduce a Oriente desde cartografías propias. Y viceversa.
Es Caín hablando de Abel. Es Abel hablando de su hermano Caín. Caín y Abel. Jacob y Esaú. Isaac e Ismael. Eso llevamos adentro, por eso la guerras. A uno lo caracteriza la soberbia del elegido, al otro el resentimiento del relegado, postergado, pospuesto (elegí la palabra que conlleve más misericordia).
En el prólogo al libro “Introducción al budismo Zen”, de D.T. Suzuki, C. G. Jung habla de las dificultades de la traducción (Kier 2014, pag.9): “Las concepciones religiosas orientales por lo general difieren tanto de las nuestras, las occidentales, que hasta la misma traducción de las palabras nos enfrenta con grandísimas dificultades, con total abstracción del significado de las ideas expuestas, que bajo ciertas circunstancias es mejor dejarlas sin traducir. Para eso sólo tengo que mencionar el “Tao chino” que ninguna traducción europea concretó todavía”.
Jorge Luis Borges estudiaba determinados idiomas para leer las obras en el idioma original. Borges comenzó sus estudios de alemán por sí solo en el año 1916, con el propósito personal y explícito de acceder a las obras del filósofo Arthur Schopenhauer en idioma original. Cada idioma”, dijo una vez, “es una forma de sentir el universo.”
En la introducción del libro “El islam no es lo que crees”, se habla del ‘problema’ de la traducción. ¿Quién traduce y desde dónde? (Kairós, 2010, pág. 24).
Traducir un texto de otro idioma al propio, es como conocer a una persona. Entenderla, comprenderla, amarla, para poder verla en su esencia. Traducir un texto. Traducir una persona. Traducir es amar.

Jorge Sagrera
Jorge Luis Sagrera (1959) nació en San Pedro, Buenos Aires, Argentina. Licenciado en Comunicación Social (UNR). Docente en el conservatorio de música Carlos Guastavino. Escribe narrativa y poesía. Dicta talleres de escritura creativa. Director del sello Arenz & Antich, Editores.