
Ricardo Piglia (Adrogué, 24 de noviembre de 1941 – Buenos Aires, 6 de enero 2017) fue uno de los escritores, críticos y teóricos literarios más deslumbrantes de Argentina y del mundo. Fue, simultáneamente, una figura interpretante de la cultura literaria argentina y que a su vez la alimentó con sus ficciones, siempre narrativas o ensayísticas, también bajo la forma de entrevistas. Su trabajo en torno de la poética de Roberto Arlt, Macedonio Fernández (cuya obra puso en diálogo con su ficción en su novela La ciudad ausente), las investigaciones y desarrollos en torno de Borges con su reflexión fundamental acerca de que era el producto de lo que Piglia llamó “los dos linajes”, el inglés y el criollo, su trabajo en torno de Sarmiento, entre otros, demarcaron el territorio de la literatura argentina desde sus claves de lectura mayores, dejando en claro sus contornos más nítidos desde la singular perspectiva de Piglia.
Todo crítico señala con su escritura un espacio simbólico por dentro del cual se moverá (un espacio de signos, digamos), pero también señala otra clase de espacio que es en el que dejará por fuera todo lo que considera prescindente o que no le atañe. Lo que considera que no resulta o bien funcional a su poética, a su proyecto creador, a sus inquietudes desde la perspectiva de quien aspira a construir un edificio cuya arquitectura está concebida luego de largas cavilaciones. En el caso de Piglia así fue. Se trató de un escritor que también fue un pensador de ciertas poéticas (claves para el alma occidental) y de la poética. La ficción lo ocupaba y, es más, lo preocupaba, casi como un asunto de índole personal. Estaba embarcado en una empresa que concernía a su biografía misma. La crítica y la teoría eran un asunto personal, ya no solo profesional. No solo se trataba de escribir. Sino de adoptar un compromiso entre la propia vida en esa tarea a la que evidentemente ofrendó muchos sacrificios para alcanzar el lugar que llegó a ocupar, de semejante centralidad en el seno del campo intelectual. Fue una personalidad carismática pero sobre todo lo fue por su carácter precursor, visionario, con capacidad de interrogar a las poéticas hasta sus últimas consecuencias, tomando como punto de partida hipótesis de lectura a partir de las cuales escribió sus artículos, notas o bien pensó como un laboratorio interesante la ficción en las distintas entrevistas que dio a distintos escritores o críticos de ambos sexos.
Señaló líneas de investigación de ese corpus nacional que marcarían rumbos ulteriores para escritores, escritoras, estudiosos y estudiosas. Tampoco puede olvidarse su profundización en torno de la poética de Heminway, que investigó porque percibió en ella ciertas claves que consideró de naturaleza primordial para la ficción moderna pero que este narrador había descubierto como zonas veladas solo conjeturables en sus cuentos (más que en sus novelas). La teoría de Heminway del iceberg de la que tanto se ha hablado requirió para Piglia de un desarrollo a fondo que no consistió solamente en enunciar de modo apresurado esa frase despreocupadamente. Supuso una indagación en su corpus estudiando el modo en que en los cuentos la emergencia de la acción se desata a partir de tramas pero también de núcleos, de conflictos, de nudos, de claves, veladas, subterráneos, sugestivos también.
Tampoco se puede olvidar en el caso de Piglia todo su trabajo en torno de la teoría de la escritura y la lectura, prácticas sociales que se ocupó de analizar y abordar desde el pensamiento especulativo hasta sus últimas consecuencias. Da gusto escucharlo en conferencias o cursos grabados, en seminarios o bien leer sus libros de ensayos o notas porque realmente son de los que abren sendas al conocimiento y a la reflexión teórico/crítica. Concebía al acto de la escritura y de la lectura como profundamente subversivos y cuanto más se sumergían el hombre o la mujer en ese mundo de la lectura o la escritura más se lo hacían en la sociedad de su tiempo histórico, aunque esto parezca una paradoja difícil de comprender.
Se radicó en la Universidad de Princeton en EE.UU., de la cual fue Profesor Emérito, para luego regresar a Buenos Aires. Dirigió e hizo crítica sobre el policial negro, del cual dirigió colecciones. Le interesó la relación entre capitalismo y delito, en esas novelas. Pero también hampa, oscuridad, mundo sucio y todo lo que no está visible en el universo de la vida civilizada y a la luz del día. Sino lo corrupto. También dirigió hacia el final de su vida colecciones de rescate de la literatura argentina. Constituye uno de los momentos culminantes de la literatura argentina y ningún escritor o escritora pudo ni podrá sustraerse al impacto demoledor de las repercusiones de su pensamiento y su poética. Hacia el final de su vida inició una carrera prácticamente irrisoria contra el tiempo, en la que de modo indudable derrotó a la muerte, porque había contraído una enfermedad mortal deteriorante, la esclerosis lateral amiotrófica. Comenzó a publicar entonces febrilmente bajo la asistencia de un grupo de colaboradores, una serie de materiales, de diarios a seminarios, de libros de diálogos a otros textos inéditos que nuevamente reorganizaron el corpus nacional en nuevas direcciones, esta vez otorgándoles un lugar crucial a las poéticas de Manuel Puig, Rodolfo Walsh y Juan José Saer. Nuevamente, su laboratorio de la escritura no se detenía jamás. No dejaba de pensar en la literatura o la teoría literaria ni aún aquejado por un mal de naturaleza mortal. La poética, la crítica eran cuestiones que lo desvelaron y afrontó toda clase de desafíos con valentía, lucidez y temeridad pagando costos altos. Se propuso una hazaña y la conquistó. Cuando su vida se apagó había recibido el reconocimiento unánime de sus colegas, lectores y lectoras. Había realizado una ópera basada en su novela La ciudad ausente en 2011 con la música del maestro experimental Gerardo Gandini (también fallecido) y libreto de su autoría. Escribió también guiones de cine, entre ellos Comodines (1997, de Jorge Nisco), La sonámbula, recuerdos del futuro (1998, de Fernando Spiner), Corazón ilumina (2000, de Héctor Babenco), El astillero (2000, de David Lipszyc, basado en la novela homónima de Juan Carlos Onetti) y en 2015 la miniserie televisada basada en las novelas Los siete locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt. En 2015 el realizador Andrés Di Tella filmó el documental 327 cuadernos, sobre los cuadernos de diarios de Piglia. Entre sus premios figuran el Premio Planeta Argentina en 2005, el Premio Iberoamericano José Donoso en 2010, el Premio de la Crítica de narrativa castellana en 2011, el Premio Rómulo Gallegos, también en 2011, el Premio Hammet, en 2012 el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Konex Diploma al Mérito 1994 y 2004 y el Konex de Platino 2014 en la categoría Ensayo Literario, en 2014 Premio Konex de Brillante en Letras. En 2015 el Premio Formentor de las Letras. A punto de morir, había dejado una cartografía interpretante de la ficción en su país y de varias, no solo argentinas. Entre sus obras más destacadas menciono a las novelas Respiración artificial, la citada La ciudad ausente, El camino de Ida, Blanco nocturno y Plata quemada. En ensayo Crítica y ficción, Formas breves y El último lector. Entre sus cuentos, la colección La invasión. El proyecto había cerrado.

Adrián Ferrero
Nació en La Plata en 1970. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Narrador, poeta e investigación, ha editado una compilación de narrativa argentina y un libro de entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, que obtuvo una Mención de la Secretaría de Cultura de la Nación. Becario de la Universidad Nacional de La Plata, ha publicado trabajos académicos en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile. Cuentos suyos han sido publicados en revistas académicas de EE.UU. en español o en traducción al inglés. Ha sido distinguido con numerosos premios, entre ellos en el Concurso Ana Emilia Lahitte de la SADE Filial La Plata, en el género ensayo.