Contaba el escritor Daniel Moyano, desde su exilio en España: “Si yo hubiera vivido mi exilio en Alemania, al aprender la palabra ‘Kartoffeln’ nombraba las papas y ahí acababa la cosa. En España no es así, basta entrar en una ferretería y tratar de comprar algo, decir pinzas, o alicates, o tornillo por ejemplo: todo cambia de nombre y el caos es total”. Algo parecido deben de sentir muchos chicos que concurren a nuestra escuela, que vienen de regiones o provincias de nuestro país o de países limítrofes -oficialmente hispanohablantes- y llegaron con sus familias esperanzados en mejorar las condiciones de vida, atraídos por la condición ventajosa de compartir la lengua. Para ese niño, inmerso de pronto en la realidad escolar –de hecho distinta a la de su familia- pero además perteneciente a una cultura que parece la misma que la de él pero no lo es, donde todos, desde la maestra hasta sus compañeritos, hablan su misma lengua, que no es la misma- nos daremos cuenta de que, para ese niño, como dice Moyano, el caos puede ser total. Y las diferencias no se refieren solo al vocabulario o la fonología, se dan en otros aspectos menos esperables como el uso de los tiempos verbales, las estructuras sintácticas, aspectos discursivos.
En la escuela, a su vez, está generalizado el principio de que el niño ingrese al ciclo escolar sabiendo ya ‘la lengua’. Incluso, ciertas metodologías alfabetizadoras, muy difundidas, ponen como condición previa la pronunciación ‘correcta’. Este requisito guarda correlato con la creencia predominante, según estudios realizados (López García 2012), de que la lengua debe ser una y homogénea, para lo cual se acude a la autoridad de la RAE a pesar de que esta institución ha manifestado que «es la sociedad, son los hablantes quienes deciden cómo evoluciona su lenguaje» (en palabras de su actual director, S. Muñoz Machado, TELAM SE 2022, aunque la misma haya sido creada en 1713 para ‘fijar’ la lengua como uno de sus objetivos).
Lo que se ignora es una premisa que las ciencias del lenguaje vienen diciendo ya desde los años ’60: las lenguas son por naturaleza heterogéneas, ya que desarrollan variedades (antiguo dialectos) en el espacio/tiempo y variaciones en su práctica, en función de uno de sus objetivos más importantes: la comunicación. A esa condición de heterogéneas, que es común a todas las lenguas, se la denomina diversidad lingüística.
Ya desde que fuimos colonia se señalaba la diversidad de hablas existente en la península, trasladada a las regiones de América. Es recién hacia fines del siglo XX cuando se reconoce la impronta de las distintas lenguas originarias de nuestro continente en el español americano (y también en el peninsular), criterio sostenido por el lingüista español Germán de Granda y el argentino Ricardo Nardi, así como de lo discursivo y sociocultural, trabajado entre nosotros hacia los ’80 por la lingüista Beatriz Lavandera.
Todo este recorrido que sobrevuela lo que entendemos por ‘la lengua’ conduce a eso que llamamos diversidad lingüística, como una categoría existencial reconocida universalmente para todas las lenguas, incluso por la misma RAE, con la creación en 1991 de la página del Instituto Cervantes que toma el lema de la UE: “unidad en la diversidad” (ya propuesto hacia los ’40 por Menéndez Pidal, entonces su director, cuando vino a Argentina).
Por qué su existencia: es multicausal. Tiene que ver en principio con el contacto entre lenguas y culturas como resultado de invasiones, asentamientos, migraciones, que en el caso nuestro se dio en principio entre el español y las lenguas originarias en sus distintas variedades. Luego importa tener en cuenta las distintas evoluciones de una misma lengua por su uso en zonas rurales o urbanas, en distintas provincias o países con distintas realidades socioculturales, el surgimiento de lenguas mixtas como portuñol, guarañol, espanglish, la presencia de lenguas de ultramar, Si a esto le sumamos las diferencias socioeconómicas, los cambios generacionales, las incorporaciones tecnológicas, con todo ello tendremos una aproximación a la respuesta. Pero hay algo más: aunque entendemos que las lenguas son siempre creaciones comunitarias, existe también la creatividad del hablante.
Ahora bien: es verdad que las lenguas fueron y son utilizadas como herramientas de poder y su contracara: la discriminación. Nos lo muestra la historia: la imposición del castellano en América seguida de la prohibición de las lenguas indígenas, así como modernamente la prohibición de las lenguas de las comunidades autónomas, pese a lo cual unas y otras sobrevivieron; situaciones parecidas se dan en otros países, desde la vieja oposición civilización y barbarie, con su base en el lenguaje.
Bourdieu y P. Freire señalaron la hegemonía de clases sociales altas por sobre las populares, para lo cual un instrumento utilizado fue la escuela cuando, tradicionalmente, la formación docente apuntó al acatamiento a la norma única y se le endilga muchas veces al maestro la misión de conservarla. Tal fue el mandato expreso entre nosotros hacia mediados del siglo XX, en que el ideal fue unificar y eliminar diferencias.
En cambio, reconocer positivamente la diversidad lingüística es parte de los derechos humanos que permite, por un lado, admitir las variaciones, de modo que el hablante no se sienta en falta y no se inhiba en su lenguaje, que la diferencia no se convierta en motivo de bullying y por lo tanto de agresión, que no constituya un impedimento al diálogo educativo y a la tarea del docente.
En nuestro libro Hablas en el aula. La diversidad lingüística en la institución escolar (Buenos Aires, Dunken, 2019) el tema es tratado recurriendo al análisis de casos de diversidad que se dieron en el espacio escolar y que buscamos explicar a partir de la búsqueda, la indagación, el conocimiento de los sistemas lingüísticos, de los usos generalizados y también del uso por poetas o escritores conocidos (ya que el concepto de ‘habla’ abarca también la escritura), lo cual es altamente enriquecedor en la etapa de aprendizaje. Si bien los casos suelen ser irrepetibles, su explicación puede servir como modelo ya que, como dice A. Grimson, “los casos son el horno donde las teorías se cuecen y se procesan”.
Fatalmente en el habla hay diversidad. Menéndez Pidal lo menciona ya hacia mediados del siglo XX cuando, pensando en América, propone el lema ‘unidad en la diversidad’,
tomada más tarde como lema en la página el Instituto Cervantes. Hoy “la diversidad es la norma” (Luisa Martín Rojo).
A modo de conclusión, debemos decir que este trabajo fue realizado en el marco de centros de investigación de la UNLP y en vinculación con las carreras docentes del ISFDyT 9 de la ciudad de La Plata. En el mismo, se considera el concepto de diversidad lingüística como categoría necesaria para designar situaciones emergentes en la escuela –pese a que esta institución fue creada con el objetivo de homogeneizar usos y creencias, incluida ‘la lengua’ (A. Puiggrós)—, ante una realidad social y escolar modificada en los últimos decenios por la importante presencia de niños pertenecientes a culturas diferentes, hablantes de otras variedades de español y/o de otras lenguas, con fenómenos de contacto, situación que en casos superaba el 50 % y llegó incluso al 100 % del alumnado. El desarrollo de la temática se vincula a otros temas incluidos en el texto como la corrección, el lenguaje de los jóvenes, las políticas lingüísticas y educativas. Se constató una relación entre escuela y población escolar y de alumnos entre sí a menudo discriminatoria, lo que afectaba la autoestima, la convivencia, el aprendizaje, entorpecía la tarea docente y se convertía a veces en motivo de bullying, todo lo cual apunta a la necesidad del docente no solo de actuar con comprensión y tolerancia sino de asumir la necesidad de ‘escucha’ y de formarse en el conocimiento, para el cual sin duda su participación resulta siempre un aporte de gran importancia.