Viaje a la profundidad de la noche. Entre luces y sombras, de Cristina Demo y Omar Musa
El pasado 8 de septiembre, se presentó, en el Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional de La Plata, el libro Entre luces y sombras, de los dramaturgos Cristina Demo (miembro de la Comisión Directiva de la SADE Filial La Plata) y Omar Musa, una publicación de Ediciones Hespérides en formato bilingüe, con traducción al italiano de Ángela Gentile. La presentación tuvo un carácter absolutamente original: tras las palabras de la directora de la Asociazione Dante Alighieri, Patricia Correbo, los autores no hablaron sobre la obra, sino que la representaron. La composición de los textos dramáticos suele ser diferente a la de los libros de poesía o narrativa. Este nació como texto teatral, escrito en colaboración, en 2018. Hoy los autores – intérpretes no podrían decir a ciencia cierta qué pasaje escribió cada uno. La pieza se estrenó ese año y se repitió durante 2019. Después vino el proceso de convertir el texto teatral en obra literaria, y posteriormente su traducción al italiano y ahora su edición.
Leer Entre luces y sombras o verla representada es como acceder al interior de una tela de Caravaggio, con sus claroscuros. Luces de la ciencia y del arte, de la Verdad y la Belleza, que para Keats eran la misma cosa; sombras del poder sostenido por la ignorancia y de un monopolio del conocimiento para someter a mujeres y hombres libres, pero sobre todo a mujeres. Las vidas y las pasiones intelectuales de Artemisia Gentileschi (Cristina Demo) y de Galileo Galilei (Omar Musa) corren al principio paralelas al estilo de Plutarco. Galileo vive extasiado con la belleza de los cielos estrellados y la deriva de los planetas y soporta para ello el precio de la miseria material y el ojo acusador de la Inquisición; Artemisia busca en la armonía de los cuerpos humanos un correlato del orden cósmico, en un tiempo en que el cuerpo, a pesar de los griegos, era pecado, y el conocimiento, sobre todo para una mujer, un pecado mayor aún. La misma Inquisición que condena a Galileo es la que tiene que juzgar el caso de violación de Artemisia, con procedimientos y resultados que hacen peor el remedio que la enfermedad. Ya no son vidas paralelas, sino entrecruzadas.
En las acotaciones escénicas de la obra está estipulado que los actores tienen que salirse, por momentos, de sus personajes principales para representar a los secundarios. Basta un cambio de postura o de tono de voz para que el espectador acepte este juego. Sólo la figura y la voz del Inquisidor se ve y se escucha a través de un monigote, como si fuese una máscara que oculta un poder más siniestro por detrás del poder religioso. Entre luces y sombras no es una obra que ataque a la religión, pero sí al poder religioso ejercido para someter y humillar. Entre el Dios que se hace Hombre, el hijo del carpintero, que viene a dejarnos la tarea de construir un mundo nuevo, igualitario e inclusivo, revolucionario, y el Dios fabricado por el poder temporal para garantizar la desigualdad y la exclusión hay un abismo insalvable. Galileo lo dice claramente: no estamos en contra de la Palabra de Dios, pero ésta no debe obstaculizar el conocimiento científico. De la misma manera en que la ciencia y el arte son formas diferentes de conocer. Porque en última instancia, la Biblia debe ser para los creyentes un libro de salvación y no de ciencia o historia.
La violación de Artemisia por el mejor discípulo de su padre tiene también un sentido metafórico. Es un crimen cometido a sabiendas de que la mala justicia será siempre laxa con quien someta a una mujer que pretenda los mismos derechos que un hombre, porque para esa falsa justicia el imputado es más bien el brazo ejecutor de la desigualdad en la que cree. Esta violación está pautado que no se muestre en escena, por un elemental sentido del decoro, pero sobre todo porque el drama debe ser más sugerente que explícito. Sólo parcialmente se la ve a Artemisia sometida a las torturas de la Inquisición: es el momento de mayor pathos que atraviesa al personaje de la mujer, desvalorizada, humillada y mortificada por aquellos que debían hacerle justicia. No obstante, Artemisia sigue pintando, el llamado de la Belleza resiste aun a la tortura.
El pathos se traslada a Galileo en la escena de la abjuración. A diferencia de la abjuración del Galileo de Brecht, deliberadamente antiaristotélica, aquí el propio personaje pronuncia las terribles palabras, que no son sólo una renuncia al saber y a la libertad de una persona, sino que involucran a toda la humanidad. Este dolor, esta conmoción de la humanidad la asume la gestualidad de Artemisia que queda en segundo plano. Pero por fortuna Galileo sólo abjura de labios para afuera. Diga lo que diga, la tierra se sigue moviendo alrededor del sol. La obra culmina con una exaltación de la libertad que emana de la ciencia y del arte, fraternalmente abrazados en las figuras de Artemisia y de Galileo, exaltación también de la amistad verdadera entre mujeres y hombres libres.
La escena se apaga o el lector cierra el libro, la fábula ha concluido, todo ha salido bien: el texto no tiene fisuras, las actuaciones son irreprochables, la música naturalmente ensamblada a las escenas, el juego de luces propio de una estética barroca, el mensaje claro y cuestionador. Uno, lector o espectador, se queda pensando si no es un privilegio haber nacido en un siglo en el que ya no se quema a un hombre por sostener que la tierra gira alrededor del sol, o en el que una mujer puede ejercer sin sufrir escarnios cualquier forma de arte. Pero, ¿es ello realmente así? ¿No sigue en nuestro tiempo un oscuro poder ocultándose detrás de un monigote, con formas más sutiles de marginar, torturar y matar que las que ponía en práctica torpemente la Santa Inquisición?
En la presentación del 8 de agosto el público esperó a que los autores – actores terminaran la representación, atravesaran ficticiamente cuatro siglos y se restituyeran a nuestro mundo para firmar ejemplares. Después, todos salimos a la calma del Bosque de La Plata y más tarde a la bulliciosa noche de la ciudad, con sus luces sin sombras y su música estruendosa y el ir y venir de jóvenes que quizás tarde, apenas o nunca sepan de las vidas de Artemisia Gentileschi y de Galileo Galilei. Lo mismo le sucederá también a quien salga de la lectura del libro y retorne a la cotidianeidad. Uno, lector – espectador, camina de nuevo por el presente, por este presente que tal vez no sea menos miserable y andrajoso que el que tuvieron que vivir los personajes de la fábula. Y de pronto se siente un desasosiego, un estremecimiento, un malestar en el estómago, como si algo oscuro y siniestro nos siguiera de cerca y quisiese comernos los talones.