Dos libros en homenaje a Gabriel Báñez (1951–2009)
Gabriel Báñez nació en 1951, en La Plata, y fue, entre otras cosas, uno de los novelistas platenses más reconocidos. Sus obras fueron bien recibidas por la crítica a nivel nacional e internacional. Entre ellas: La cisura de Rolando, Parajes, El Capitán Tresguerras fue a la guerra, Hacer el odio, Góndolas, El curandero del cuarto oscuro, Paredón, paredón, Los chicos desaparecen, El circo nunca muere, Octubre amarillo, Virgen y Cultura. Entre sus relatos, se destacan Irina y El circo nunca muere. Gabriel Báñez nos abandonó, por propia voluntad, en 2009. En 2021, la SADE Filial La Plata no quiso que pasara desapercibido el 70° aniversario de su nacimiento y, por eso, quiso que llevara su nombre el concurso anual de poesía, narrativa, teatro y ensayo que la entidad convoca -en 2019, se homenajeó a Ana Emilia Lahitte y, en 2022, se está haciendo lo propio con Aurora Venturini.
En abril, se presentó el libro con los trabajos ganadores en el Salón Dorado del Palacio Municipal de La Plata e incluye textos de Mabel Antonini, Ángela Maldonado y Damián Andreñuk (poesía); María Inés Portillo, Carlos Marschoff y Silvia Tizio (cuento); Roxana Aramburú, Javier García de Souza y Jazmín García Sathicq (teatro); y Cristian Vitale (ensayo).
No fue el único homenaje. El 9 de junio, la SADE Filial La Plata auspició la presentación del libro Rebelión y talento. Biografía no convencional de Gabriel Báñez de Elvira Yorio, miembro de la CD de la filial. Se realizó en el Círculo de Periodistas de la ciudad y hablamos Eduardo Tucci -presidente del Círculo- y yo, como presidente de la SADE local. La obra contiene un estudio bio-bibliográfico, a cargo de la autora, y numerosos testimonios de quienes fuimos colegas y amigas/os del novelista: María Elena Aramburú, Nora Benesperi, Lidia Blake, Carolina Bruck, Hernán Carbonel, Cecilia Dalla Lasta, Raquel Dulau Dumm, Analía Farjat, Adrián Ferrero, Ángela Gentile, Esteban López Brusa, María Minellono, Ricardo Moro, María Inés Portillo, Sergio Pujol, Luciano Román, José Supera, Paula Tomassoni, Eduardo Tucci, entre otros. Muchas/os de ellas/os socias/os de SADE La Plata.
En la contratapa de ese libro, escribí que hay dos formas de rendir homenaje a Gabriel Báñez: una es la del reconocimiento académico, ámbito en el que, siempre, habrá asignaturas pendientes; la segunda, es mediante una aproximación afectiva a su figura. A Gabriel lo conocí en 1983. En esa época, los dos dirigíamos talleres literarios. En los años siguientes, nos veíamos esporádicamente, quizá, menos que con otros escritores, porque, Gabriel cultivaba el perfil bajo y tenía por norma de vida decir mucho que no, como contó, alguna vez, en una entrevista que le hizo Ana Cacopardo.
En una ocasión, en el tiempo en que trabajé en Radio Provincia, lo entrevistamos en un programa sabatino a propósito de la aparición de una de sus novelas. Era 1993 y, por ese entonces, Gabriel tenía pelo y bigotes, una imagen que, después, se fue borrando con la iconografía canónica que perduró de su última época.
Cuando más lo traté a Gabriel fue cuando se hizo cargo del suplemento literario de El Día y de La Comuna Ediciones. En esa época, nos veíamos o escribíamos semanalmente. Gabriel me abrió las puertas del suplemento para que publicara lo que quisiese. Alguna vez, le envié algún cuento breve, pero, la mayoría de las veces eran comentarios de libros y artículos de opinión. Gabriel era muy generoso con el espacio, me daba un cuarto, media página o página entera, según lo que le enviara. Nunca me observó ningún escrito, ningún tema. Cada tanto me pedía que comentara algún libro que era de su interés personal, cosa que, siempre, hice con gusto.
A veces, también, hacíamos alguna maldad juntos, contra algún escritor que incurría en plagios o algún presidente de una sociedad literaria que nunca había escrito un libro. Eran, en el fondo, actos de justicia, ya que, el ambiente de las letras locales, siempre, tuvo sus luces y sus sombras y ello lo describió, muy bien, Gabriel en su novela Cultura.
Cuando se hizo cargo de La Comuna Ediciones, quiso que el primer libro que se editara fuera una antología de los poetas platenses de las últimas generaciones. Así salió 36 Poetas, al que siguieron otras antologías de narrativa, teatro, letras de tango y otros géneros. Pero, Gabriel tenía la idea de darle a La Plata una historia literaria y nos encargó ese trabajo a María Elena Aramburú y a mí. Todos sabíamos que lo que íbamos a hacer sería una labor incompleta, por lo pronto, circunscripta a la poesía y la narrativa, que debería ser objeto de múltiples revisiones, adiciones y críticas. Pero, lo cierto es que no existía, hasta 2001, un libro de estas características y es de Gabriel el mérito de que apareciera.
Todas las veces que pueda hacerlo voy a repetir mi agradecimiento por la confianza que me dio. Por eso, 2021 fue un año especial, porque, coincidieron el vigésimo aniversario de la aparición de la Historia de la literatura de La Plata y el septuagésimo del nacimiento de Gabriel. Por esa razón, el concurso al que convoca anualmente la SADE Filial La Plata, del que ya hice referencia al comienzo, llevó, en 2021, el nombre de Gabriel Báñez.
Elvira Yorio, socia y dirigente de nuestra filial, por la que siento un gran afecto y respeto intelectual, quiso hacer, en ese libro, una emotiva evocación de su maestro. Gabriel Báñez reprobaría, seguramente, que se lo llamara maestro, pero, verdaderamente lo fue. Esta semblanza no se cierra en lo personal, sino, que avanza, se proyecta sobre sus libros. La herencia que deja, ya ausente, Gabriel Báñez es la suma de rememoraciones fragmentarias de la autora/discípula/colega, más la de todas/os las/os que lo tratamos en sus distintas facetas: el escritor, el director de un taller, el editor y el periodista.
Yo, en particular, elegí contar la última vez en que estuvimos juntos, una semana antes de que se suicidara. En este libro, está la vida pública, en una palabra, del hombre que fue Gabriel Báñez y del que el novelista fue apenas un aspecto. Aunque, sabemos que entre vida y obra existen, siempre, numerosos vasos comunicantes.
Algunos escritores son honrados con monumentos perecederos. Vaya como ejemplo el de Francisco López Merino, que no hace mucho fue robado del paseo del Bosque. A falta de un monumento material que puede ser robado o vandalizado, a falta del nombre de una calle o una escuela que sí se merecería, Elvira Yorio edificó, para Gabriel, este otro monumento, construido con la sustancia leve, pero, perdurable de la palabra. Y en algunos de los cuales tuve el orgullo de haber sido invitado para intervenir como humilde albañil de la memoria.