Desde comienzos de año, cada vez que hemos conversado sobre derecho de autor en territorio en el marco de las charlas Derecho de Autor x Autores, organizadas por el espacio @abogadodelart y la SADE San Juan, es válido (y cómodo) hacer una referencia obligada a que, desde el 1 de enero de 2024, todos son dueños de Mickey. Sí, también quien lee este trabajo.
Es un enganche sumamente valioso por su jerarquía, y por las vicisitudes legales del ingreso al dominio público del ratón, para charlar sobre el dominio público: un concepto del Derecho de Autor que el común denominador de los destinatarios parecen tener un conocimiento, al menos superficial, de la misma.
Sin embargo, una reflexión que no hemos podido tener, al menos de manera acabada es “qué tan importante” es la noción de dominio público; y donde dice importante, debe leerse asimismo, qué tan grave es. ¿Es el dominio público la herramienta creativa que se propone ser desde su concepción? ¿O es, en su defecto, un generador de arte derivativo poco serio, que se aprovecha de yeites reconocidos para generar una ganancia rápida ante aquellos que no pueden conocer mejor? Acompáñenme a atisbar alguna respuesta.
Debemos entender que cuando hablamos de dominio público nos referimos al conjunto de obras intelectuales que pueden ser aprovechadas por la sociedad toda, ya que el dominio se encuentra en cabeza de todos y todas los miembros de la sociedad. Esto es porque los derechos exclusivos de uso sobre una han expirado por el paso del tiempo (en general, setenta años desde la muerte del autor) o porque el autor decidió renunciar a ellos (por medio de lo que se conoce como copyleft).
La principal característica de este tipo de obras, con independencia del origen de su carácter, es que pueden ser utilizadas libremente por cualquier persona sin necesidad de pedir permiso o pagar regalías (en principio). Pueden ser traducidas, remixadas, modificadas, distribuidas y utilizadas para realizar obras derivadas; y tal vez allí está su uso más importante: la creación de obras basadas en trabajos anteriores, probados y con éxito, como base creativa para la realización de nuevas obras
Por ello, para muchos (entre los que me incluyo), el dominio público es una herramienta esencial para la promoción de la creatividad y la innovación, sobre todo en lo que respecta a obras derivadas. Es una oportunidad para la utilización de tropos, tramas, y hasta de personajes reconocidos y darles un giro: sea en una adaptación moderna, en una resignificación de conceptos probados o en una nueva versión de clásicos inalterables.
Sin embargo esta herramienta que funciona como una garantía del derecho al acceso al conocimiento y la cultura, tiene su lado negativo. Si bien el acceso libre a los clásicos de la literatura y el arte, democratiza el enriquecimiento cultural, puede proveer lamentablemente a contenido insípido, que se sostiene por nombre y sin ningún tipo de crédito artístico. Contenido diseñado para engañar, y confundir al destinatario que, esperando una adaptación, una nueva obra o al menos, una producción con alma, se encuentra con contenido de fácil realización con mero ánimo de lucro y ningún tipo de voluntad creativa.
Saliendo de ficciones, legales y creativas, en el mundo real existen ambas. Reversiones de cuentos clásicos que resignifican los cuentos clásicos (una de las que fue presentada ante mí en una de las charlas es la brillante adaptación de Sueño de una Noche de Verano en el Sandman de Neil Gaiman), o adaptaciones hartantes sin alma de los cuentos de los Hermanos Grimm, sobre todo en el ámbito cinematográfico, que se sostienen sólo en IPs (Propiedades Intelectuales).
A pesar de ello, en las charlas seguimos motivando (sobre todo a los jóvenes y a los noveles) a jugar con esos conceptos, aun cuando conocemos el mal uso (creativo) que se les ha dado: porque somos conscientes del poder que tienen para crear obras que arranquen con el pie derecho.
El dominio público puede ser, en última ratio, una fuente inagotable de inspiración que permite que obras icónicas continúen siendo reimaginadas y compartidas, o una maldición a la creación que termina por condenar el consumo a las mismas fórmulas de siempre, reutilizadas sin espíritu creativo hasta el cansancio.
Es decisión de los consumidores, cuál de los dos finales elegirán para este cuento de elige tu propia aventura del mundo real.