Lectura de un poema del poeta japonés Yosa Buson y a la vez, breve análisis de la forma poética del Haiku.
Buson escribe este haiku y nos llena de gozo: “Ante los crisantemos blancos/ las tijeras vacilan/ un instante”.
De Oriente, como un viento que arrebata, disipa y moldea, que reformula lo existente y a la vez, lo fundamenta, llega la forma poética del hai kai. Esta composición, constituye una suerte de sutura que mantiene unidos Oriente con Occidente, no sólo desde un punto de vista literario, sino también filosófico.
Los tres versos que son el eje formal del texto, establecen, como propuesta discursiva, la condensación del mensaje desde su emisión. Al leer el poema se experimenta, como sensación pura, a la vez el golpe de la palabra, portadora de significado, y su eco, podríamos llamarlo el “después” de la palabra. Un vacío que se llena y que, conforme se colma, la interpretación de su sentido se amplifica como si estuviera observada bajo una lente de aumento.
El haiku es un pulso en el que se puede percibir el arrobo del poeta al volcar el texto al papel. En el arte de hacer haikus, el poema no es la resultante de un acto, un mero hecho estético, sino que representa una postura ante la vida, es el ser poético por excelencia. El poeta asume, al hacerse verso, su potestad de mensajero de la palabra, se verbaliza para poder ofrendarle al lector su corazón convertido en poesía. El hai kai es la entrega absoluta del artista, en cuerpo y en alma ya que el cuerpo del poeta es la palabra que entrama el mensaje y su alma, es la armonía espiritual que tensa y mantiene fijo ese entramado.
La palabra, en estos poemas, es, a la vez, imagen y ritmo, puesto que dada la brevedad de la composición y los escasos recursos con los que cuenta el poeta para decir y “decirse”, cada vocablo, desnudo, carga sobre sí todo el andamiaje lírico del texto.
Volviendo al poema de Buson, nótese la gradación planteada por la enunciación al distribuir los elementos dentro de la obra. Parte de la pluralidad (los crisantemos) y, a través de otro elemento que es plural y singular a la vez (las tijeras), llega a la más definitiva unidad del hombre (el instante). Podríamos hablar también de que las tijeras, en ese momentáneo contacto con los dedos del jardinero, se humanizan, pasando a ser, ellas mismas, el corte y la razón de ese corte.
Los crisantemos nos remiten a la naturaleza, a la vida, son ejemplificación del equilibrio entre las fuerzas naturales. El crisantemo blanco subsume, por un momento, las intenciones invasivas de quien pretende cortarlo.
El hombre está en un segundo plano (esgrime las tijeras, admira las flores, vacila un instante), pero, es su presencia velada la que justifica el poema. El poeta nos dice que sin un sujeto que dude ante la hermosura, sin alguien que perciba la pureza de los crisantemos como un arma y la enfrente con un temblor de manos, ese instante, ese segundo en que la duda concreta la existencia de las cosas, el poema sería únicamente un deseo, una metáfora agradable a los oídos.
El texto marca el momento en que el hombre puede optar por el arrepentimiento. Representa el punto de quiebre personal en el que el individuo, llegado a él, debe elegir entre modificar o no una situación. Ser o dejar de ser, o ser de otro modo o ya no ser, para que el mundo a su alrededor siga siendo.
Buson conmueve dos veces: por la sencillez de su palabra y por la austeridad de la forma lírica elegida, y porque cada parte de su composición representa el paso de una elección, la tratativa previa a la decisión definitiva que guiará al individuo a su derrota o a su victoria.
Los versos son los escalones hacia la totalidad: el minuto inabordable en que la duda cede su lugar a la calma, la angustia y la inquietud se aplacan ante una paz conciente y desbordada.
El instante confirma la ruptura con lo establecido, el vórtice en que lo desordenado vuelve a reubicarse, donde florece, por fin, la armonía.
Un hai kai es a la vez el miedo y la seguridad, la tierra firme y el río en movimiento, es objeto conceptual y concepto que se disipa como aire en las cosas recuperadas tras el acto de nombrarlas.
Miguel Ángel Gavilán
Nació en Santa Fe, donde reside. Profesor en Letras egresado de la Universidad Nacional del Litoral. Tiene publicados los siguientes títulos: Testigos de la Ira (1993), Propiedad Privada (2001-poemas), Los párpados y el asombro (una lectura de ‘Poeta en Nueva York’) (2001-Ensayo-Premio edición Municipalidad de Santa Fe), Llueve en Arizona (2010-cuentos-Mención única en el concurso Provincial “Alcides Greca”2010), Escorzo (2017-Novela. Finalista del Premio EMECÉ 2011. Premio Edición ciudad de Santa Fe 2017).
Colabora con el Portal de la Memoria Gringa dependiente del departamento de Literatura Comparadas de la UNL. Conduce el programa radial semanal: Los fantasmas de la colmena que se transmite por FM “SOL” 91.5 de Santa Fe y que depende de la Asociación Santafesina de Escritores y, por Canal Veo, el micro televisivo Dos lectores, también en la ciudad de Santa Fe.