El centenario de la escritora platense coincidirá con la presentación de los autores premiados por la SADE La Plata en el concurso que llevó su nombre.
Gustara o no, decir “poesía en La Plata” era decir, en mis infancias literarias, “Ana Emilia Lahitte”. Presentarse en otra ciudad como “poeta de La Plata” era casi certeza de escuchar “de donde es Ana Emilia Lahitte”. La Plata ha producido una enorme cantidad de poetas, algunos de ellos con proyección nacional e internacional. Pero quizás sólo se haya identificado, después de Almafuerte, con muy pocos, a muy pocos les haya permitido usar su gentilicio con un sentido casi absoluto: sólo a Francisco López Merino, tal vez, y a Roberto Themis Speroni; y muy probablemente a Ana Emilia Lahitte.
“Robusta y tierna, femenina y vigorosa a un tiempo —decía Antonio Buero Vallejo—, la canción de esta mujer nos capta y nos prende entre sus versos de fuego, de agua y de noche. Ninguna sutileza metafórica le es ajena; pero el mayor milagro de su poesía es que en ella se une, a las grandes cualidades formales, la más apasionada y sencilla humanidad”. Este juicio temprano de Buero Vallejo no fue, precisamente, el único reconocimiento del exterior que recibió Ana Emilia Lahitte: en 1948 Juan Ramón Jiménez visitó La Plata, ciudad en la que contaba con selectos amigos epistolares, y entre éstos ocupaba un lugar dilecto Ana Emilia Lahitte, a quien el poeta de Moguer le seleccionó dos sonetos. Uno de ellos se titulaba “Luz” (“Este vivir de luz nace en mi muerte, / en esta dulce muerte sin partida”) y el otro soneto, “Sombra” (“Un hermano de sombras me acompaña. / Un hermano sin rostro, despojado / de toda claridad…”). El mismo Juan Ramón Jiménez los leyó en nuestra Sociedad Argentina de Escritores. Ana Emilia Lahitte, por su parte, le dedicó más adelante a Juan Ramón su poema “Estaba Dios azul”: “Estaba Dios azul, cuando llegaste / a tu Moguer natal. Estaba España / tan azul sin tu sangre, sin tu sombra. / Sólo tu muerte inmensa regresaba”.
Se ha dicho que Ana Emilia Lahitte tenía la doble virtud de cantar su verso y de saber vivirlo, que era el sueño de sí misma, lo que significa algo así como la mejor manera de ser poeta. Se valoraron sus metáforas transparentes, sus adjetivos limpios y centrales, los acentos cadenciosos, suaves, levísimos, musicales. “Si de todos los poetas que citamos como pertenecientes a la ‘escuela’ de La Plata tuviéramos que escoger sólo a uno como verdadero mantenedor de aquel espíritu lopezmeriniano que la caracteriza, Ana Emilia Lahitte sería, sin duda, la más indicada para asumir aquella representación”. Estas son palabras de Gustavo García Saraví. Sin embargo, aun cuando puedan establecerse paralelos entre temas y tonos, es evidente que la poesía de Ana Emilia Lahitte fue evolucionando y apartándose de los tópicos de la “escuela platense” para abordar otros propios de su condición como mujer y sus compromisos sociales y filosóficos.
Se preocupó mucho por los demás, para que la ciudad mantuviese bien en alto su prestigio de “ciudad de los poetas”. En este sentido fue, quiso ser, no lo sé bien, nuestra Victoria Ocampo. Perteneció a un pequeño grupo de escritores que merecerán quedar en la historia de la literatura platense, por su obra y por cuanto hizo por los otros. Fue generosa con los consagrados, ahí está su “Cinco poetas capitales”, y también con los más jóvenes. En lo que a mí respecta, me mimó desde mis veinteañeros inicios en la poesía, me abrió las puertas de su casa para que compartiera mis escritos, me incluyó en sus “Hojas de Sudestada”, aceptó presentar mi libro “Caballo de Guernica” junto a Horacio Castillo y también accedió varias veces a presentar libros de otros colegas junto conmigo. Era también un pedazo de historia viviente, de una época en la que se podía ser amigo, como ella lo fue, de los ya citados Juan Ramón Jiménez y Antonio Buero Vallejo, pero también de León Felipe, de Gabriela Mistral, de Gerardo Diego, de Gregorio Marañón…
Como pequeña retribución a lo que Ana Emilia Lahitte dio a la ciudad, el concurso literario convocado por la SADE La Plata en 2019 se puso bajo su advocación. Por esas cuestiones imprevistas, como fue la aparición de una pandemia, la presentación del libro con los trabajos premiados deberá realizarse en 2021, justamente cuando estemos conmemorando el centenario del nacimiento de esta gran escritora.
Los que la tratamos sabíamos que tenía su personalidad, su carácter, y que a algunos les caía peor que a otros, porque sobre todo en las últimas décadas “no tenía filtro” y gozaba de una autoridad intelectual como para ser impiadosa con los que consideraba trepadores y mediocres. Pero ¿quién que tuviera cierta valía no recibió alguna vez un gesto, un comentario de Ana Emilia como para seguir en la lucha? Fue de la Generación del 40 pero no se quedó a vivir en ella, su poesía se fue amoldando a los tiempos, en ella parecía no envejecer. Hace siete años que decidió irse, o quedarse definitivamente, no lo sé. Somos muchos los que hoy la extrañamos. Los que podemos decir que valió la pena haberla conocido.
Guillermo Pilía
Graduado en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Poeta, narrador y ensayista con más de cuarenta años de trayectoria y treinta libros publicados. Recibió importantes premios nacionales y en el exterior y fue traducido a las principales lenguas. Es presidente de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Granada y ciudadano ilustre de La Plata. En la SADE, ocupa la Secretaría General de la Comisión Directiva nacional, es presidente de la filial La Plata y miembro de la SADE Atlántica Mar del Plata.