
Como devoto de su cine y del personaje que supo crear, hubiera dado no sé qué por estrechar la mano y haber cambiado algunas palabras con Alfred Joseph Hitchcock. No pudo ser, no tuve esa suerte. Ni siquiera de lejos lo vi; coincidí con él durante mi permanencia en los Estados Unidos, pero el azar o el paradójico destino, no permitieron el encuentro. Cuando yo andaba por el norte él estaba en el sur o viceversa, y un día se fue para siempre a filmar seguramente en el averno (porque no creo que le hayan permitido hacerlo en el paraíso, ni siquiera en el purgatorio).
Este titán de la cinematografía, maestro del suspense y del thriller psicológico, nació en el barrio de Leytonstone, en Londres, el 13 de agosto de 1899 en una familia de clase media. Sus padres eran tenderos, vendedores de ropa femenina, y él junto a sus dos hermanos mayores, a la par de recibir una estricta educación católica, vivió una infancia llena de travesuras y de fugas por los mercados londinenses para saborear “el olor de los frutos prohibidos”, y hasta estuvo a punto de ingresar como seminarista en un colegio jesuita. Sobrellevó una carga. Desde pequeño la tendencia a la obesidad hizo que fuera un niño tímido y apocado, enojoso asunto de su personalidad que lo acosaría durante toda la vida.
Su entrada en el mundo de la cinematografía se produjo en 1920, cuando consiguió empleo como rotulador de películas del cine mudo en la Famous Players Lasky. Este trabajo ocasional hizo que empezara a apasionarse por ese mundo que lo contaría como uno de sus más grandes renovadores. Sin embargo, según confesó, el acontecimiento mayor fue conocer a una muchacha delgadísima, llamada Alma Reville, que trabajaba en esa empresa y lo enamoró perdidamente; con ella se casaría en 1926. Desde aquel momento, Alma se convirtió en la media naranja de “Hitch”, tanto en lo físico como en lo profesional, y fue la principal colaboradora de su marido; hizo de ayudante de dirección y participó en los guiones de casi todas sus películas. En 1928 nació su hija Patricia, que fue una discreta actriz e hizo papeles no demasiado importantes actuando con su padre en Extraños en un tren y en Psicosis.
En 1941 filmaría Suspicion (La sospecha), su película definitivamente consagratoria, protagonizada por Cary Grant, con quien a partir de ese momento mantuvo una entrañable amistad. Alfred Hitchcock siempre procuraba escoger para sus películas actores y actrices reconocidos por alguna faceta, sea el de la sensualidad, la simpatía o la seducción, pensando que así el papel quedaba más fácilmente definido desde el principio. Otro de sus grandes actores fetiche sería James Stewart, quien fue el protagonista de Rope (La soga, 1946), Rear Window (La ventana indiscreta, 1952), y luego de Vértigo, 1958, una “historia de amor con clima extraño”, según “Hitch”, la definiera.
Ya en 1944 había creado The Transatlantic Pictures, su propia productora y un año después filmaría con Ingrid Bergman, como actriz principal, la llamada “primera dama rubia” de sus películas, por la que sentía fascinación. Con ella filmó Notorious (Encadenados, 1946), con Cary Grant como coprotagonista. Su otra rubia famosa sería Grace Kelly, su heroína de Dial M for Murder (en la traducción: El crimen perfecto, con M de muerte, o Asesinato, 1954). “Las rubias tienen un misterio que puede resultar aterrador y que a mí me enamora perdidamente”, comentó muy suelto de cuerpo en una entrevista, lo cual dicen, provocó los celos y el enojo de su esposa Alma que era más bien morena.
Junto con Ingrid Bergman y Gregory Peck logró una obra maestra al rodar Spellbound (conocida en España con el título de Recuerda, 1948), una película sobre el psicoanálisis, cuyo detalle más importante es la colaboración de Salvador Dalí, que diseñó y elaboró los decorados de la escena del sueño. “La locura surrealista de Salvador -recordaría don Alfred- tenía mucha relación con la mía; por eso nos entendimos de maravillas”.
En numerosas ocasiones, Alfred Hitchcock declaró que su forma de trabajar con los actores no estaba, bajo ningún punto de vista, sujeta al famoso “método actoral americano”. “Eso lo determino yo, que dirijo”. De ahí que buena parte de la libertad que les daba para que pudieran explorar distintas técnicas era relativa. Como consecuencia, consideraba a los intérpretes instrumentos vitales del film, pero siempre subordinados a la palabra escrita primero y a la visión del director después. Esto lo condujo a emplear él mismo algunas herramientas para conseguir los golpes de efecto que sus películas imperiosamente requerían. François Truffaut uno de sus más devotos admiradores, en su libro El cine según Hitchcock, se explaya sobre ese criterio y revela secretos de su filmografía.
Las anécdotas relacionadas a este punto se vinculan con la extraordinaria película The 39 Steps (Los 39 escalones, 1935), en cuyo rodaje dejó esposados a los protagonistas Madeleine Carroll y Robert Donat durante todo un día, haciéndoles creer que había perdido la llave (recordemos que la secuencia en que ellos se encuentran esposados es clave en el film). El objetivo de “su broma”, según el propio “Hitch”, tenía la finalidad no sólo de que los actores sientan lo que era verdaderamente estar en tal situación, sino de que procesaran en sus mentes todos los pormenores que se dan en un caso así. “Lo que me atrajo -comentó luego con una risotada- es todo el drama que puede implicar en una pareja el hecho de estar esposados”. En otra oportunidad, durante el rodaje de Vértigo, entró al camerino de Kim Novak y le depositó un pollo muerto y desplumado sobre la mesa del espejo. “Para que entres en clima”, le explicó muerto de risa a la azorada actriz. Las víctimas de sus bromas, probablemente no se hayan divertido tanto como él; algunas eran demasiado pesadas.
Una vez finalizada la que sería su película más “popular”, Psycho (Psicosis, 1960), convencido de que una de las claves del éxito estaba en la promoción, decidió tomar el toro por las astas y él mismo elaborar una astuta movida de marketing. En un corto publicitario que grabó previo al estreno del film, pronunció un mensaje para los dueños de los cines en el que les pedía que no permitieran que el público ingresara en las salas una vez que la película hubiera empezado. La estrategia funcionó a la perfección porque no sólo generó expectativas entre los espectadores, sino porque además logró que los mismos compren entradas por anticipado, en gran parte persuadidos por el brillante plan de “Hitch”.
Este hecho demuestra que cuando se le adjudica al genial director el calificativo de “visionario”, no sólo está circunscripto a su mirada sobre el cine sino también sobre cómo una película debe ser absorbida, experimentada y vivida. Un dato más: cuando se decidió a filmar Psicosis, se puso en campaña para comprar todas las copias de la novela de Robert Bloch y lograr que la menor cantidad espectadores conocieran el final.

Roberto Francisco Alifano
Poeta, narrador, ensayista y periodista argentino. Su obra está traducida a diversos idiomas y ha sido distinguido con numerosos premios. Viaja para dictar conferencias y ofrecer lecturas de sus poemas. Lleva más de cincuenta libros publicados. Ha trabajado en diarios y revistas de la Argentina y del exterior. En la actualidad colabora con el diario El Imparcial y El Mundo de España. Dirigió la revista Proa. Fue amigo personal, discípulo y colaborador de Jorge Luis Borges.