
(Sueltos sobre literatura y género)
Las historias de mujeres además de permitir pensar/nos desde dónde nos hemos construido subjetivamente como tales, lograron atraer definitivamente mi atención cuando traté de indagar en los “porqué” de una actualidad que resulta desfasada respecto de las conquistas a las que llegamos; claramente no a todas las mujeres, ni a todas las conquistas.
Diríamos que existe desde una percepción singular (la mía) y una fingida ignorancia que justifica el sometimiento y la desigualdad a veces en forma desembozada y otras en abierto desafío desconsiderado del grupo denominado “mujeres” (aunque no es el único) en numerosos aspectos de lo real.
Historias de desamor, traición, infidelidad, muerte, intolerancia al cambio, entre otras, pueblan las páginas de los diarios, de los libros, de las voces de la calle y por supuesto las del diccionario.
En escritos y comunicaciones anteriores abordé el tema de la escritura y su relación con el género. Allí nombraba los feminismos bajo diversas vertientes que abordan los escritos por mujeres. Podríamos homologar que lo que circula en la escritura sería similar a lo que ocurre en los imaginarios posibles donde aparezca la mujer o su representación.
Intentaré en este espacio, reflexionar acerca de lecturas, miradas y textos que me permitieron pensar que los tres términos pueden ser concebidos en proceso o mejor, en tránsito constante hacia otro lugar. La llamada “literatura” concebida como cuerpo vivo que fluye en insistente transformación a olvidar las marcas de género. Hasta aquí con la impresión de que no se constituyen como igualadoras a la hora de escribir o señalarlas reproductivamente sin mediar análisis.
Judith Butler, devela el esencialismo de las teorías que piensan al género como una categoría inmutable, que se arraiga en la naturaleza, en el cuerpo, de una heterosexualidad obligatoria. En su bibliografía, como en la de muchas pensadoras, aborda el carácter socialmente construido de género.
El término género nos permitiría separar la naturaleza (cuerpo sexuado) de la cultura (construcción social de la diferencia) para transformar este hueco en un lugar por donde practicar políticas de lo femenino que se opongan al determinismo del sexo. Lo hago también desde el lugar de quien escribe.
En un primer momento de tránsito podría enunciarse algo que resulta obvio para nuestro tiempo y es que la escritura no debiera ser sexista, sino patrimonio de un- individuo que escribe, sin mirar el nombre (femenino-masculino-trans) sino a lo que juega en el papel o en una pantalla o en cualquier soporte que utilice para indicarnos más que el género, un lugar de escritura.
Por ahora, este camino se nos muestra lejano, al menos en muchas de las producciones realizadas por mujeres en nuestro territorio. Tendrá que construirse como expresión de deseos mientras sigamos interiorizando identificaciones esclerosadas por el uso que se convirtieron en “naturales” -aparte, son naturales tantas cuestiones que no lo son desde ningún punto de vista.
Lo “natural” o la “normalidad” merece un aparte. Quiénes establecen lo naturalizado por las mujeres como formando parte de su mundo no proviene de ellas. Existe un otro que miró u otra que construyó a lo largo de la densidad de la historia, la interioridad de las mujeres. Nosotras nos apropiamos de esos imaginarios producidos por hombres o mujeres. Nos vienen en palabras oídas, cine, televisión…y lecturas. No son “naturales” muchas o casi ninguna de las tareas concernientes al sexo-mujer.
“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”.
Decía Virginia Woolf, insigne escritora inglesa (que produjo junto a James Joyce, una revolución en literatura)
Trayecto
Volvernos a pensar una y otra vez qué decimos cuando hablamos de literatura de mujeres, como prefiero llamarla, porque hablar de literatura femenina es hablar desde un lugar interiorizado y naturalizado como propio pero que le es ajeno porque aún llevan marcas de género-sexo y territorialmente continúan desplazadas.
Cuando hablamos de esas marcas o señalamientos, nos estemos refiriendo al cúmulo de palabras oídas, pero, sobre todo, leídas en contextos que denominamos como “literarios”, fuera de ellos probablemente no exista, y lleguemos a conclusiones ya expresadas que la escritura no tiene sexo.
Algo que también nos llevará a pensar inmediatamente que desde el momento en que nuestra lengua es sexista, desde su conformación del sistema de géneros, acabadamente diferenciados, conforman nuestra mirada llevada a pensar siempre en términos binarios atendiendo al orden heterosexual en que se arman los binarismos en el campo de la cultura.
Cómo se forman los diversos desplazamientos desde la perspectiva de quién escribe en un contexto territorial interno y externo que trata de encontrar algunos puntos de inflexión desde donde pensarnos como sujetos de deseo en construcción. No hay tramas lineales.
En la indagación de las escrituras que denominamos “literarias” sería posible encontrar un espacio desde donde ejercer una tensión o resistencia a los mandatos Simbólicos, a la ley (que no es otra que la ley del padre) en línea con mujeres que marcaron ese lugar como punto de partida de algunas de las luchas posteriores, del derecho a igualarnos en la voz. Algo difícil todavía de imaginar, aún en el campo del arte, que es quizás el territorio más propicio.
Que será entonces la literatura sino el lugar de la experimentación constante de la diferencia y por tanto de la resistencia. Un cuerpo en tránsito, la escritura así pensada, en constante fuga de los lugares comunes.
Tránsito hacia nuevos géneros, tránsito de género en género, las palabras atraviesan escrituras y espesores en forma transversal, invitan a fundar o fundirse en nuevas páginas.
Si las lecturas se cristalizan o mejor se cristalizan formas de leer que nos pasamos de unos a otros, supongo que se cristaliza una forma también de leer la escritura de mujeres, confundida con escrituras femeninas.
Una sofisticada forma de llevar a cabo el proceso de modelización de la mirada supone cristalizar eso que llamamos “lo femenino” prefijarlo, agudizar una visión para el género cercana a la fragilidad de los cuerpos moldeados por las distintas interiorizaciones que las mujeres hicimos a lo largo del tiempo. Nos fuimos apropiando de percepciones o visiones sin mediar ningún análisis.
Así la literatura de mujeres se construye como cuerpo frágil. Anclado en aquella cristalización o modelización donde se siente segura, pero sobre todo ocupando el espacio asignado por los demás (la ley, lo simbólico)
Venimos de lecturas fosilizadas producto de lecturas ajenas que se pasaron de unos a otras, así la apropiación prestada de imaginarios que se correspondían con lo prefijado configurará una forma poco permeable a trastocar lugares, a cambiar y ser otras. Al menos meditar la posibilidad de mirarnos en nuestra otra faz, si la hubiera.
Transitamos nuestra ilusión de escritura propia y estamos a merced de leer y escribir lo mismo. De un tramo conocido a otro que lo pensamos como nuevo. Allí las palabras rellenan trayectos prefijados, migran y tratan de señalar algo lo diferente. Sigue y continúa la ilusión.
Qué hacer, desde dónde pensarse en un lugar-otro. Cuando leemos desde la mismidad clausuramos otras posibilidades de dar vuelta atrás para arribar a otras miradas y circunstancialmente a nuevos textos.

María del Pilar Moreno Martínez
Profesora en Letras, egresada de la UNT. La realización de ensayos, vinculados a la producción literaria y la investigación en el ámbito de la Literatura y las Didácticas de las Lenguas, llevó una porción importante de su actividad. Desde el año 1980, desarrolla su labor como escritora de relatos y poemas.