Distancia de Rescate, de Samanta Schweblin
Una novela corta que provoca desde la primera frase: «son como gusanos». ¿Quiénes y por qué? La tensión está instalada. Resulta imposible salirse porque uno necesita saber más y llegar con urgencia al final aunque duelan los ojos. Un sello en el cromosoma narrativo de Schweblin.
No hay nada mejor que reeditar lecturas como amarres en la mesita de luz cuando la vida anda en estado de suspensión y nosotros en modo supervivencia. Aterrizo con intencionalidad (ética y estética) en Distancia de Rescate, la primera novela de la talentosísima Samanta Schweblin.
Con la estructura atrevida de un diálogo y en un escenario rural distópico donde el curanderismo parece la única opción para salvarse, lo terrible adquiere pulsión de personaje. Está ahí, montado sobre las voces como una amenaza al acecho, a punto de saltar a la yugular de los personajes y del lector. Desarticulando moldes genéricos de la narrativa, el extrañamiento ante la transmigración de almas se infiltra en lo verosímil de un planteo ambiental de volumen intenso y un tremendo abordaje de la maternidad.
La voz de Amanda (que recupera a través de su relato las voces de Nina y de Carla) pregona el concepto de «distancia de rescate», y hay transferencia directa para quienes transitamos de una u otra manera la maternidad en estos tiempos de desapego a los ponchazos. Cuando le retruca a Carla que «un hijo es para toda la vida», aparece la sacudida, el subtexto en la novela por debajo de la anécdota: ¿y si un día no reconocemos a nuestro propio hijo? ¿qué estaríamos dispuestos a hacer para no perderlo? Ser madre viene con el software del miedo. «Lo llamo ‘distancia de rescate’, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería», dice Amanda.
La voz de David que pregunta «¿por qué las madres hacen eso?» es la que instala la incomodidad, la que establece prioridades, la que exige detalles, la que interpela, la que sacude, la que necesita que Amanda se dé cuenta «porque no queda tiempo» y hay que reparar en detalles para desentrañar el misterio de los gusanos. Expone como en vidriera los síntomas de la intoxicación. Nombra sin nombrar: una forma de nombrar aún más efectiva y dolorosa que un alegato ambientalista.
Schweblin nos contagia el vértigo: queremos saber qué son esos «gusanos» aunque intuimos que no nos va a gustar. Una paradoja entre la ignorancia y el compromiso de saber, junto a la omnipotencia más humana de pretender modificar el destino. La voz de David es también una interpelación a nuestra propia conciencia. Los hilos que se tensan en Distancia de rescate constituyen una invitación para leer y una alarma también para revisar las urgencias de nuestros propios hilos.
Imagen de portada: Lorenzo Mazzante
María Andrea González
Nació en Buenos Aires en 1972. Actualmente vive en Bahía Blanca. Es Profesora de Castellano y Literatura (Instituto Superior Juan XXIII de Bahía Blanca) y Licenciada en Letras (Universidad del Salvador, Buenos Aires). Su actividad docente se vio enriquecida por la escritura y por el dictado de talleres literarios en su ciudad. Ha sido premiada en diferentes concursos locales, regionales y nacionales de poesía y narrativa breve. Tiene publicaciones en antologías colectivas. Es socia de la SADE filial Bahía Blanca.