
Hablar, callar, correr, bailar, pintar, escribir…son formas de comunicación. Esta capacidad comunicativa, inherente al ser humano, es parte de nuestro mecanismo de aprehensión de la realidad. En rigor, todas las artes son poseedoras de su lenguaje particular, sus soportes y contextos, y aun así, todas tienen un denominador común: en ellas reside la necesidad del humano de perdurar, de retener el pasado, darle sentido al presente y, ante todo, de recuperar lo ausente. Pero entonces ¿Cuán estrecha puede ser la relación entre nuestra escritura alfabética y el bisonte trazado aparentemente confuso y desalineado en las cuevas de Altamira de España?
La escritura es un medio de comunicación, —y aunque ahora sería inútil intentar sintetizar su historia— esta aproximación ya es bastante esclarecedora. Dijo Ernst Gombrich que no sabemos cómo empezó el arte, del mismo modo que ignoramos cuál fue el comienzo del lenguaje. Pero mientras el arte parece tener un halo de magia capaz de permitirle al ser humano expresar sus más profundas emociones, la escritura está signada por los supuestos usos y fines para los cuales ha sido creada.
La primera escritura que conocemos apareció entre los sumerios en Mesopotamia alrededor del año 3500 a. de C. A primera vista, su formato cuneiforme está muy alejada de nuestro sistema escritural, pero con un esfuerzo de abstracción entendemos que esencialmente, cualquier trazo, sea de cuña, de carbón o de pincel, fue un trazo dibujado.
Es que tanto para el arte pictórico como para la escritura, no se trata del progreso de las técnicas, sino del cambio de ideas y exigencias propias de cada cultura y cada tiempo.
Pensemos en los jeroglíficos –ideogramas egipcios– tallados en sus muros, con sus faraones y sus dioses. Allí lo importante era seguir las reglas, contar la historia del modo en que, según su criterio, merecía ser contada y bajo las representaciones que su cultura exigía. Escritura y arte pictórico se entrelazan mágicamente en Egipto, y de forma similar lo encontraremos en el arte chino cuyas pinturas paisajistas se ven acompañadas de poemas y versos preciosamente combinados.
Un paseo de pocas líneas como este, si no es mezquino, al menos no es suficiente. Así y todo hay que animarse a asegurar que el humano se las ha ingeniado para dejar huella, para transgredir su muerte “pues solo el que pasa, quiere perdurar”, ya dijo Debray.
Imagen de portada: Página del Libro de los Muertos de Hunefer. Tebas. Dinastía XIX, Ca,. 1275 a.C. Museo británico

Ailen Fabrizio
Tiene 27 años y nació el 20 de noviembre de 1992 en el Partido de Merlo del Conurbano Bonaerense. En la actualidad cursa Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Matanza. Desde 2019 es miembro de SADE Filial Merlo ocupando el área de comunicación.