Atilio Milanta (1926 – 2023): lo que se pierde con la muerte

(Foto: Atilio Milanta y Guillermo Pilía en 1999).
En la mañana del lunes 6 de marzo, nos enteramos de que, la noche anterior, había fallecido el doctor Atilio Milanta, a los 96 años y por causas naturales. Unos días antes, yo había estado hablando con Liliana Viola, albacea de Aurora Venturini, y le había pasado su teléfono para que lo contactara, porque, Atilio guardaba muchos recuerdos de la autora de Las primas. Al enterarme de su partida, no pude sino reflexionar en todo lo que se pierde en cada muerte: no sólo un cuerpo, una persona física, sino también vivencias, alegrías y penas secretas, reminiscencias de otros escritores que han quedado sin registrar. La idea no es propia: Borges habló sobre ello en alguno de sus textos magistrales. Con Atilio Milanta se ha muerto también un pedazo de la historia literaria platense que será difícil reconstruir.
Había nacido en San Nicolás de los Arroyos, el 11 de septiembre de 1926, pero residió en La Plata desde 1949. Seguía, en ese sentido, la tradición de otros notables escritores del interior que se habían naturalizado platenses, como Horacio Núñez West, Enrique Catani o Eduardo De Isusi. Llegó ya graduado de maestro y bachiller y en La Plata emprendió el estudio del Derecho, recibiéndose de abogado. Su título de abogado lo donó al Museo de los Trabajadores de La Plata. Pertenecía también a esa generación en la que la abogacía era el medio de vida más adecuado para alguien con inquietudes humanísticas. No obstante, no fue simplemente un escritor que vivió de la abogacía, sino que en él convivieron ambas vocaciones.
Como nicoleño, sintió siempre una gran admiración por Horacio Rega Molina, al que le rendía periódicos homenajes a través del Instituto que lleva su nombre y que Milanta había fundado. Yo tuve el honor de participar de varios de esos homenajes. Pero también escribió numerosos trabajos sobre escritores de La Plata, por nacimiento o adopción: Enrique Rivarola, Francisco López Merino, Gustavo García Saraví, Horacio Ponce de León, Mario Marcilese, Almafuerte. Su poesía fue evolucionando desde una mirada nostálgica emparentada a los escritores de la Generación del Cuarenta, como la de Resonancias nicoleñas, hacia una vertiente metafísica y a menudo hermética: Ismael, Fresa y esmeril, Entre Dios y el universo, De succubus et de incubus.
Fue un hombre de convicciones y siempre las puso sobre la mesa, lo que le ganó exégetas y detractores. Fue un ferviente católico y desde el punto de vista historiográfico habría que vincularlo a la corriente revisionista. Admiraba a Belgrano, a San Martín y a Juan Manuel de Rosas, mientras que tenía una mirada crítica sobre otros próceres, como Moreno. En el ámbito deportivo era fanático de Boca Juniors, club al que le dedicó uno de sus libros, y escribió asimismo un Tratado de derecho deportivo. Otra de sus pasiones era la vida asociativa, que lo llevó a fundar numerosas instituciones, como el Instituto Literario Horacio Rega Molina.
Atilio Milanta tuvo una destacada actuación en la SADE, tanto en la Filial La Plata, de la que llegó a ser presidente en 1975, como de la SADE Nacional. En su gestión al frente de la filial platense lo acompañaron escritores notables, como César Corte Carrillo, María Cecilia Font, Horacio Preler, Osvaldo Elliff, Horacio Castillo, Catalina Lerange, María Estela Calvo, Andrés Homero Atanasiú, Alcides Degiuseppe y Horacio Ponce de León, entre otros. En 2019, al ponerse nuevamente en funcionamiento la filial de la que me confiaron su presidencia, le ofrecí ocupar un puesto en el Consejo de Honor, del que fue parte hasta el día de su muerte.
En 1999, fue uno de los artífices de un ciclo de lecturas de poetas platenses de la generación intermedia, del que surgió más tarde el libro 36 Poetas, publicado por Gabriel Báñez en La Comuna Ediciones. Antes de que aconteciera la pandemia era común verlo en actos literarios y culturales pese a su avanzada edad. La última edición de su libro Lugones gremialista la donó íntegra para que la SADE Filial La Plata la vendiera y se quedase con las ganancias. Uno de los tantos gestos de generosidad que lo caracterizaban.
Hace poco tiempo, un escritor platense desnaturalizado, en una obra más abundante en criterios ideológicos que literarios, lo presentó como el caso bizarro del “poeta policía”, autor de la marcha de la policía bonaerense. Ese juicio reduccionista habla de la ignorancia o las malas intenciones de quien lo formuló. Atilio Milanta, en su condición de abogado, fue profesor en la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Nunca lo ocultó ni tendría por qué haberse sentido avergonzado de tal cosa. La institución en la que Milanta confiaba debía tener para él un carácter eminentemente científico, en consonancia con la línea de Juan Vucetich, al que admiró y al que le dedicó varias obras. Por otra parte, su actividad docente no se limitó a la policía, sino que fue profesor en la Universidad nacional de La Plata, en la cátedra Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, hasta su jubilación en 2011.
Atilio Milanta fue un hombre respetado por su erudición histórica y literaria, con una obra vastísima, centrada fundamentalmente en la poesía y el ensayo. Gran conversador, se destacaba también por su sentido del humor. Su figura alta y enjuta y su rostro hundido y barbado recordaba en parte la estampa del Juan Ramón Jiménez de sus últimos tiempos. O la de un Quijote mostrenco. En las conversaciones entre amigos le gustaba incluir alguna palabrota o algún chiste subido de tono, como para dejar en claro que uno no es escritor las veinticuatro horas del día. Conocía muchas anécdotas de escritores y solía reírse de las ínfulas de algunos, sobre todo de los que presumían de escritores sin haber escrito libros. Con él se ha muerto parte de la historia menuda de la SADE y de la literatura platense.