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Home›TEMAS›CRÍTICA›Ana María Shua: del grano de arroz a las constelaciones

Ana María Shua: del grano de arroz a las constelaciones

Escrito por Adrián Marcelo Ferrero
3 noviembre, 2025
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Si nos situamos en un campo de mira que nos permita observar a la literatura argentina con binoculares y con microscopios, con telescopios y globos terráqueos, con el objeto de profundizar conceptualmente en una producción de tal infinita riqueza como la de la autora Ana María Shua, nos llevaremos varias sorpresas. Pero que en verdad se ratifican con el consecutivo leerla. De lo diminuto a lo macroscópico, su macropoética realiza operaciones hiperbólicas por aumento o disminución en términos de retórica de la ficción. Construye receptores atentos a la libertad de poder ser, sentir, vivir y nos alerta, a veces a través del miedo, la violencia, el horror o el humor, sobre los poderes que inhiben tal condición.

Graduada como Profesora en Letras por la UBA, Ana María Shua ha reconocido que no era en la investigación y la docencia secundaria o universitaria donde encontraba su vocación más acabada, sino en la escritura creativa y la publicidad (al menos en sus comienzos). En efecto, luego de una etapa como creativa publicitaria abandonará esa profesión para consagrarse a sus libros. Ha cultivado casi todos los géneros literarios salvo la dramaturgia. Entre ellos, podemos citar la escritura de algunos guiones de cine, tales como ¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar? (1992). Nacida en Buenos Aires, en 1951, evidentemente se propuso ese sueño primero de ser una muy buena escritora o, en todo caso, una excelente escritora y con firme decisión, duro trabajo y paciencia lo conquistó. Ha ganado una enorme cantidad de Premios nacionales e internacionales por sus libros o a la trayectoria. Enumero algunos por considerar particularmente significativas a las instituciones que los han otorgado. Ha sido premiada en todos los rubros que ha practicado. Entre otros, el Primer Premio Concurso Internacional de Editorial Losada, la Beca Guggenheim, el Premio Club de los XIII, el I Premio Iberoamericano Juan José Arreola de Minificción, Primer Premio Municipal de Buenos Aires, Premio Konex Diploma al Mérito, Premio Nacional (por cuento y relato 2010-2013) por su libro Fenómenos de circo, Premio Konex de Platino 2014, Premio Esteban Echeverría 2014 otorgado por Gente de Letras a su trayectoria como narradora, Premio Democracia en Literatura otorgado por las revista Caras y Caretas, en 2016, entre otros.
Si la poética de la autora argentina Ana María Shua ha demostrado algo es que es capaz de expandirse hasta formar constelaciones o bien comprimirse en micrrorelatos diminutos o cuentos brevísimos, partículas literarias de lo fugaz y repentino. También conoce una cantidad frondosa de antologías sobre los más diversos temas: el odio/miedo a la mujer en la literatura popular, la copla popular, una bellísima Antología del amor apasionado, en coautoría con la también autora y traductora argentina Alicia Steimberg (Buenos Aires, 1933-2012), cuentos sobre pícaros y tramposos, sobre la cocina judía, sobre el humor judío, hasta sumergirnos en sus novelas y sus cuentos para adultos, o todo el frondoso corpus de su literatura infantil y juvenil que ha cultivado con constancia. Para todo ello, Shua se ha servido en gran medida del humor y también la hipérbole, exagerando o exacerbando situaciones o caracteres, temas o tiempos.
También Shua ha dado a conocer toda una serie de libros heterodoxos, como El marido argentino promedio (1991), Libros prohibidos (2003), Crónicas reales (2004) y otra de libros extensos que son representantes de lo que los estadounidenses denominan el “retelling”, esto es, reescribir historias populares anónimas que circulan por el universo sociosemiótico por parte de una pluma consumada como la suya. Se trata de libros de grandes dimensiones, compilaciones temáticas que la inteligencia de Shua agrupa con títulos cautivantes.
Reina indiscutida del microrrelato en Iberoamérica, ha publicado varios de ellos y luego los ha reunido en un solo volumen. Desde La sueñera, pasando por Casa de Geishas, Botánica del caos, Fenómenos de circo, Temporada de fantasmas y La guerra (es el último de ellos). Shua se convertido en una cultora especializada en este tipo de ficción. En 2017 publicó en Buenos Aires Todos los universos posibles. Microrrelatos reunidos (Emecé editores). Y también escribió un libro sobre Cómo escribir un microrrelato (2017).
Sus novelas más destacables en orden de aparición son: Soy paciente (Premio Losada, 1980, 1981), Los amores de Laurita (1984, llevada al cine), El libro de los recuerdos (1994), La muerte como efecto secundario (1997), El peso de la tentación (2007) e Hija (2016).
Siempre innova aun en territorios que parecen no admitir tales novedades. En literatura infantil y juvenil destaca su libro Vidas perpendiculares, sobre personajes de la Historia de vidas díscolas y transgresoras pero que aportaron al campo de la ciencia o el arte alguna clase de significativo descubrimiento o logro. Luego figuran sus libros de cuentos infantiles para pequeños lectores, algunos con seres fabulosos que irrumpen en este mundo (o existieron desde siempre o desde cierta altura) y se los nombra con neologismos, otros que juegan con el miedo y el horror, otros con el absurdo o el humor, otros con los viajes intergalácticos, otros con las supersticiones, en fin, el panorama como vemos es muy amplio y Shua es inquieta a la hora de ir tras argumentos interesantes que capturen el interés del lector. Es de esas autoras que sabe perfectamente cuál es el sentido de la palabra “suspenso”. También “vértigo”, aplicado a un argumento de veloz y apasionante caudal.

Ana María Shua hizo su irrupción en la literatura argentina con un desembarco precoz: tenía pocos años, estaba en la escuela primaria, y uno de sus poemas fue objeto de una ovación. El Fondo Nacional de las Artes le publicó El sol y yo, su libro “de comienzos”, en términos de Edward Said, a sus 17 años, durante la escuela secundaria, en el Colegio Nacional Buenos Aires. Inicia su trayectoria en lo que hace a producción literaria y en un género que sin embargo no abordaría nunca salvo como compiladora en antologías con obras ajenas. En efecto, Shua no es poeta o no la definiría en esos términos, sino como narradora y antóloga. Recientemente publicó su libro No son haikus (2024), de antiguas composiciones japonesas que ella investigó y supo que sería imposible un respeto hacia sus originales de orden reverencial.
Si uno tuviera que condensar un principio que guía, orienta, subyace incluso a la poética de Ana María Shua, afirmaría que es el de una libertad creativa que es capaz de oponerse a fuerzas y circunstancias de la censura, fuerzas centrípetas que aspiran a acallar a los sujetos o a paralizarlos en sus libres conductas, en encierros, a evitar que experimenten las distintas formas del goce y el placer, que no consiste solamente en el de la genitalidad sino también en el de probar delicados bocados como encontrarse con el amor libre, consumar los deseos que más acariciamos o liberar la palabra para expresarse. También hay en esta autora una tensión permanente entre el deseo hacia el varón, pero a la vez el reconocimiento de que existe una cantidad atributiva de poder que resulta desigual en el reparto asignado a ambos socialmente hablando. Gran parte de la obra de Shua parodia este poder agregado, lo neutraliza con ciertas estrategias típicamente femeninas como las de Scherazade u otras contadoras de historias, o incluso las brujas, que hacían de la lengua una herramienta de poder para defenderse de la dominación masculina con otra clase de palabras: hechizos.
La obra de Ana María Shua ha sido abordada también como exponente de ser una autora de origen judío, destacándose en esos casos el uso literario de sus tradiciones literarias, de algunas costumbres tanto culinarias (como dije), pero también acerca de su típico humor y sus costumbres, de los cuales Shua no se burla, sino que enfoca con un abordaje desde el humor.
El volumen Que tengas una vida interesante (2009), cuyo título es una maldición china, reúne sus cuentos casi completos según un criterio que siguió la autora para ordenarlos que consideró su ubicación más pertinente.
Diría para cerrar que Ana María Shua incursiona por territorios nuevos y se afianza en ellos, sin agotarlos nunca, aportando incluso nuevas variaciones o combinatorias sobre ellos pero siempre de modo renovador. Debemos a esa marcha exploratoria la que tanto en sus ficciones puede arrancarnos una risueña sonrisa, perturbarnos, agobiarnos, atemorizarnos, erotizarnos o bien lograr que juguemos con el terror o la angustia para dejar de padecerlos conjurados en el orden de lo real gracias a una buena historia literaria que se sirve de ellos como una forma de riesgo en la ficción. También corresponde a Shua el mérito de haber edificado una obra sólida, con una pluma sin vacilaciones sino estando segura de que sus palabras, por oficio, por olfato, por inteligencia, eran las correctas. Y las definitivas.

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