NÉSTOR MUX: DESANDAR EL SILENCIO

Néstor Mux (La Plata, 1945), es un poeta radicado en su ciudad natal, pero con proyección provincial y nacional. Su poética explora la dimensión más entrañable de la condición humana: lo efímero del amor en la fusión varón/mujer, la cotidianidad que se proyecta hacia instancias reflexivas más profundas, la fidelidad de la amistad. Y lo grandes relatos de la utopías que no se resigna a que se disuelvan.
Néstor Mux obtuvo, entre otras distinciones, la del Fondo Nacional de las Artes (1967) y el Sello de Honor de la SADE La Plata en 1968. Su libro Nadie le pide que escriba. 50 años con la poesía (La Plata, 2018) ofrece una muestra representativa de la poesía que, durante medio siglo, puso “a consideración” de un lectorado que lo reconoce como un poeta indiscutido. Su poética ha estado, siempre, entreverada con las cosas de este mundo, porque, su foco está puesto en la condición humana como asunto para celebrar, repudiar o para señalar gestos de dignidad (o infamia).
Así, a partir de los avatares domésticos, cotidianos, los más menudos, la presencia del universo afectivo y familiar se proyectan, de modo reflexivo, también, a los conflictos políticos, sociales, económicos, a los costados más descarnados de la existencia, en el sentido de la inclusión o exclusión social.
Mux no olvida a los desamparados. En algunos casos, se expresa en clave metafórica, pero, jamás hermética. Este rasgo vuelve particularmente interesante su poética, además de señalar un innegable rasgo en el esquema de la comunicación, del que no se aleja, sino, aspira a mantener. Su poética está hecha de la simplicidad, la transparencia y la claridad conjugadas con la simultaneidad compleja. Su poesía no está pendiente de amores transitorios, sino, de lazos perdurables, estables, duraderos, como si aspirara más a profundizar en ellos que a acumularlos como trofeos en un donjuanismo que, evidentemente, no lo empapa de lo que busca o desea para su vida.
Su política de la representación literaria se consagra a lazos afectivos estables. El yo lírico aspira a construir una vida de a dos, no al goce furtivo o efímero. Con las mujeres, se produce el contacto en una cama con aromas sensuales y atractivos, rocíos arrasadores en el momento de la pasión. Hay una notable decepción por la congoja, luego de que se verifica que cada encuentro amoroso está condenado a padecer la separación indefectible entre los amantes, luego de la cópula de una unión que se anhelaba perpetua. O se deseaba, como mínimo, duradera.
Pero, hay siempre un límite que la fusión establece entre los cuerpos y que no puede ser franqueado. Esa es la prueba más contundente de nuestra soledad sin excepciones. Fundirse en la mujer, fundirse con la mujer, consiste en un instante de plenitud impactante, pero, tan fugaz que de inmediato sume al yo lírico en la zozobra y lo sustrae de la alteridad femenina. Implícitamente, se solicitan explicaciones respecto de un hecho para el cual nadie da respuestas. Porque, ¿a quién formular tamaño reproche, a todas luces, inaceptable?
La amistad se manifiesta festiva y, también, fiel. Como si hubiera un imperturbable talante nuevamente estable, en el modo según el cual se trata de modo cuidadoso al semejante. Los atardeceres encuentran a los amigos, siempre, en una conversación interesante, inteligente, en el ameno diálogo de las sobremesas, pero, la partida, en lo mejor del intercambio, resulta inminente. La reunión se disuelve en el mejor momento en el que la revelación iba a tener lugar.
Escribir el poema es el momento de la máxima libertad subjetiva y, por lo tanto, de la máxima realización personal. Pero, también, es el más inexpugnable y el más inescrutable. El instante misterioso en el que las temporalidades imaginarias se confunden, se cruzan la invención, junto con la experiencia vivida. Se articulan y desarticulan.
Tampoco, olvidemos que el poema es el arma de combate con la que trabaja el poeta: la subversión del lenguaje, la subversión de los signos y lo disolutorio que hay en él, mucho más que en otros géneros.
Años después de un largo silencio del escritor, el veredicto de una mujer acerca de que la respiración del poeta está en la respiración del poema, su aprobación persuasiva, prácticamente conminativa, es el fallo acerca de que el autor decide regresar, por fin, al libro, desandando un oficio abandonado, probablemente, por considerar este mundo “todo ruido” ¿Por qué en este momento y no antes? El misterio se mantiene en el vínculo secreto con esa mujer que permanece velado ¿Quién es ella, qué hechizos porta como para torcer el destino del poeta?, ¿qué poderes sostienen su injerencia en la deliberación del escritor? Indudablemente, la atracción, la pasión, el enamoramiento, la seducción. Pero, hay algo más allí. El encantamiento, el hallazgo de una certeza que él presumía.
Así, proponiéndose “no desafinar” (en una analogía musical acertada, si pensamos que la poesía nace como canto ritual y recitación), también, seguramente, lo hace con la convicción de que todo retorno supone, luego de una pausa de tantos años, repetir un gesto inaugural. Porque, la renovación, siquiera parcial, de una poética que, ahora, se hará cargo de otra experiencia, también, social emanará de otra subjetividad: una identidad atravesada por el tiempo. Él ya no es el mismo. Escribe desde otra edad. Pero, sin embargo, las cosas no han cambiado tanto.
El yo lírico de Mux carece de máscaras. Su rostro es único, porque, estamos ante una literatura congruente, coherente y sincera. Denota franqueza en la edad de la madurez: es la fuerza de las cosas. Las constantes se mantienen, la obstinación por realizar una tarea noble y digna envuelve, impetuosa, su vida. El poeta mira por la ventana el jardín. Se detiene en las hamacas en las que antes hubo niños. Escucha ladrar a los perros y reflexiona con modestia, mientras prepara la pava para el mate por las mañanas, acerca de su condición de “poeta de provincias”. Eso, sin embargo, no habla de mediocridad o resignación. Pero, sí lo vuelve aparentemente un hombre sin ambiciones o expectativas en el sentido de la grandilocuencia.
Se verifica en su modestia su alto vuelo personal, ético y profesional. El poeta prosigue tan exigente en su oficio como antaño. La relación entre poetas “de provincias” y “de la metrópoli” es algo que a él, en particular, lo tiene sin cuidado, como a Héctor Tizón. El centro está en donde se encuentra la excelencia.
El oficio de poeta es, para Mux, uno que debe ser riguroso, selectivo, inspirado. De otro modo, calla. Es por ello que su obra no es caudalosa. Néstor Mux, con su perfil bajo, sin embargo, alcanza el triunfo a una escritura y a una personalidad virtuosa.